Por:
Juan Carlos Calderón Pasco
Durante
una ceremonia castrense a la que acudieron distinguidas autoridades,
un sacerdote reflexionó sobre la pérdida de los valores cívicos y
patrióticos. En la paraliturgia, y con la autoridad diocesana que le
fue conferida, el prelado aseguró que la identidad de los ciudadanos
peruanos es muy pobre, ya que la mayoría se identifica con su
distrito, provincia o región y no con su país.
Manifestó
-ante la mirada displicente de la concurrencia- que en muchos
ciudadanos predomina más el afán regionalista que el sentido de
unidad e integridad, actitud que de alguna u otra manera contribuye
al resentimiento y la enemistad de los habitantes de este grandioso
país llamado Perú.
“¿Qué
tienen de diferente el norteño con el sureño? ¿Acaso uno es mejor
que otro? ¿Acaso todos no somos peruanos?”, cuestionó el
religioso en tono reprensivo, mientras los asistentes se miraban
extrañados unos a otros ya que no esperaban una reflexión de esa
naturaleza, menos de un sacerdote.
Sea
de donde venga la reflexión, no deja de ser cierto que en estos
tiempos -debido a diversas circunstancias económicas, sociales y
culturales- se ha perdido en parte la identidad nacional, y no
necesariamente porque nos sintamos regionalistas sino porque nos
hemos dejado influenciar por expresiones y corrientes foráneas
producto de la globalización y el avance innegable de la tecnología
en las comunicaciones.
No
está mal ampliar nuestros horizontes, conocer gente nueva, aprender
de otras culturas y estilos de vida, pero de allí a sentirnos
identificados con cosas ajenas a nuestra esencia, resulta desde todo
punto de vista cuestionable.
Hablar
de identidad es hablar de sentimiento, y estar plenamente
identificados con nuestra tierra es esencialmente una demostración
de amor y respecto.
Suele
existir un descontento cotidiano por la crisis de moralidad y
corrupción que se ha enquistado en el aparato estatal, por la falta
de oportunidades, la inseguridad y el desempleo, pero como herederos
de una nación pujante tenemos la oportunidad de aportar con un
granito de arena para construir cada día un Perú mejor.
No
se trata de cantar más fuerte el himno nacional, tampoco de llevar
una escarapela en el pecho o izar el pabellón nacional por temor a
una multa. Se trata de convicción de querer hacer las cosas cada vez
mejor, y esa convicción no está fuera sino dentro de nosotros
mismos.
En
vísperas de un nuevo aniversario de la independencia nacional, del
cumpleaños 193 de la vida republicana del Perú, aprendamos primero
a querer lo nuestro, a sentirnos orgullosos de nuestro terruño y de
su gran legado histórico. ¡Viva el Perú!
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