Por: Juan Carlos Calderón Pasco
Este
era un niño que solía caminar diariamente unos dos kilómetros para
llegar a su escuela. Su entusiasmo por comprarse el juguete de moda
lo animaba a ahorrar cada centavo que su madre le daba para el
pasaje. Con apenas ocho años de edad ya había sido instruido acerca
del ahorro, pero su alegría fue mayor cuando le regalaron un
alcancía con forma de cerdito y le explicaron que en la pequeña
ranura debía depositar las propinas que recibía o el dinero que no
había gastado en alguna golosina.
Como
este pequeño, muchas personas se sienten o se han sentido motivadas
a ahorrar parte de sus ingresos con el fin de satisfacer un gusto,
atender una eventualidad o simplemente guardar dinero a largo plazo
para comprarse una casa, un carro o realizar un viaje soñado.
Sea
cual fuese la motivación, muchos coinciden en que el ahorro es
progreso, ya que si esta disciplina o hábito se complementa con el
trabajo concienzudo, más familias tendrían prosperidad económica e
incluso se formarían nuevos ricos.
Para
los japoneses, por ejemplo, el ahorro se ha convertido desde hace
muchas décadas en una disciplina familiar, muy importante para el
desarrollo y crecimiento. ¿Cómo así los japoneses con una edad
promedio de 40 años son grandes empresarios, dueños de muchos
negocios y propiedades? Pues solo a través del ahorro.
Y
es que los ciudadanos japoneses entre los 18 y 20 años de edad pasan
a formar parte de la población económicamente activa y desde el
momento que comienzan a ganar dinero, ahorran entre el 10% y 20% de
sus ingresos. Es un fondo intangible, pues no se toca, no se gasta ni
se mira; es más, se da por hecho que no existe.
Así
transcurren 20 o 25 años y recién entonces los japoneses recurren a
sus ahorros, pero no para gastarlos en alguna vanidad de la vida. Con
todos los intereses ganados, estos ahorros pasan a convertirse en un
capital de trabajo y se invierten en un negocio previamente
planificado que poco a poco comienza a generar jugosas rentas. Es a
partir de estas ganancias que comienzan a llegar el carro, la casa y
el viaje soñado.
A
simple vista parece fácil, pero lo cierto es que detrás de todo
este proceso existe mucha, mucha disciplina. Ahorrar no solo es saber
guardar sino saber gastar.
Dejando
de lado el ejemplo de los ciudadanos del país del sol naciente, está
claro que el ahorro es sinónimo de prosperidad, aunque para algunos
escépticos es mejor gastar y disfrutar el día a día, ya que mañana
no se sabe si seguiremos “vivos”. Así como hay consumidores
compulsivos o básicamente despilfarradores, también hay quienes no
comen un plátano por no botar la cáscara.
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