viernes, 27 de enero de 2012

El tic tac del tiempo

Por: Juan Carlos Calderón Pasco

Un inquieto y curioso escolar llamado Sergio Silva, con apenas ocho años edad deliberaba en forma insistente acerca de la vida y el tiempo. Pese a su corta existencia, solía inquietarse por tener que esperar muchos años para ser grande. Cursando aún el tercer grado de educación primaria, se desesperaba por terminar el colegio para poder ingresar luego a la universidad, ser un profesional y dedicarse a trabajar.


Pese a sus denodados esfuerzos para que el tiempo -según él- transcurriera diligentemente, éste no pasaba, o simplemente se demoraba en pasar. Cada día se convencía más de que el tiempo transcurría más lento que una tortuga. Un día le parecía como un año, o como un año luz. No avanzaba de acuerdo a sus intereses. “¿Cuándo seré grande? ¿Cuándo terminaré la primaria, la secundaria? ¿Cuándo trabajaré? ¿Cuándo me casaré? ¿Cuándo? ¿Cuándo? ¿Cuándo?”, se cuestionaba el párvulo.

Repentinamente, el tiempo transcurrió, eso nunca dejó de suceder. Actualmente el pequeño, que ya no es tan pequeño (en realidad es un adulto), se recrimina por haber pensado que el tiempo transcurría lentamente. Ciertamente, el tiempo no transcurre rápido ni lento, sólo transcurre. Sin embargo, añoraba volver a su época de escolar, a sus años de juventud. Deseaba eso de todo corazón pero de desilusionaba al saber que era absolutamente imposible.

Intentó por momentos detener el tiempo, pero tampoco pudo. Por más que detuviera un reloj el tiempo nunca dejaba de hacer tic tac. Ahora un año le parecía como un día, y un día se le iba más rápido que un billete de cien nuevos soles. En tal sentido, comprendió que el tiempo más que oro es un gran tesoro y por ende tenía que aprender a valorarlo mucho más.

En la vida quizá nos han enseñado que así como el tiempo, la piedra arrojada o la flecha lanzada jamás regresan. Esto es cierto en un sentido retórico, mas no en un contexto real. Sin haber herido a nadie, puedes recoger la misma piedra o flecha que arrojaste y volverla a lanzar cuantas veces quieras, puedes. Lo que no puedes es volver a traer el tiempo que dejaste pasar, no puedes.

Por eso, mientras tengamos vida, estamos todavía a tiempo de enmendar nuestro camino para evitar que se nos escurra como agua entre los dedos. Sin intentar ganarle y tampoco esperarle, hagamos que el tiempo sea nuestra mejor compañía y nuestro más grande tesoro.

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