sábado, 26 de julio de 2014

La identidad y el amor a la patria

Por: Juan Carlos Calderón Pasco

Durante una ceremonia castrense a la que acudieron distinguidas autoridades, un sacerdote reflexionó sobre la pérdida de los valores cívicos y patrióticos. En la paraliturgia, y con la autoridad diocesana que le fue conferida, el prelado aseguró que la identidad de los ciudadanos peruanos es muy pobre, ya que la mayoría se identifica con su distrito, provincia o región y no con su país.
Manifestó -ante la mirada displicente de la concurrencia- que en muchos ciudadanos predomina más el afán regionalista que el sentido de unidad e integridad, actitud que de alguna u otra manera contribuye al resentimiento y la enemistad de los habitantes de este grandioso país llamado Perú.
¿Qué tienen de diferente el norteño con el sureño? ¿Acaso uno es mejor que otro? ¿Acaso todos no somos peruanos?”, cuestionó el religioso en tono reprensivo, mientras los asistentes se miraban extrañados unos a otros ya que no esperaban una reflexión de esa naturaleza, menos de un sacerdote.

Sea de donde venga la reflexión, no deja de ser cierto que en estos tiempos -debido a diversas circunstancias económicas, sociales y culturales- se ha perdido en parte la identidad nacional, y no necesariamente porque nos sintamos regionalistas sino porque nos hemos dejado influenciar por expresiones y corrientes foráneas producto de la globalización y el avance innegable de la tecnología en las comunicaciones.
No está mal ampliar nuestros horizontes, conocer gente nueva, aprender de otras culturas y estilos de vida, pero de allí a sentirnos identificados con cosas ajenas a nuestra esencia, resulta desde todo punto de vista cuestionable.
Hablar de identidad es hablar de sentimiento, y estar plenamente identificados con nuestra tierra es esencialmente una demostración de amor y respecto.

Suele existir un descontento cotidiano por la crisis de moralidad y corrupción que se ha enquistado en el aparato estatal, por la falta de oportunidades, la inseguridad y el desempleo, pero como herederos de una nación pujante tenemos la oportunidad de aportar con un granito de arena para construir cada día un Perú mejor.
No se trata de cantar más fuerte el himno nacional, tampoco de llevar una escarapela en el pecho o izar el pabellón nacional por temor a una multa. Se trata de convicción de querer hacer las cosas cada vez mejor, y esa convicción no está fuera sino dentro de nosotros mismos.

En vísperas de un nuevo aniversario de la independencia nacional, del cumpleaños 193 de la vida republicana del Perú, aprendamos primero a querer lo nuestro, a sentirnos orgullosos de nuestro terruño y de su gran legado histórico. ¡Viva el Perú!


sábado, 19 de julio de 2014

El sinónimo de la prosperidad

Por: Juan Carlos Calderón Pasco

Este era un niño que solía caminar diariamente unos dos kilómetros para llegar a su escuela. Su entusiasmo por comprarse el juguete de moda lo animaba a ahorrar cada centavo que su madre le daba para el pasaje. Con apenas ocho años de edad ya había sido instruido acerca del ahorro, pero su alegría fue mayor cuando le regalaron un alcancía con forma de cerdito y le explicaron que en la pequeña ranura debía depositar las propinas que recibía o el dinero que no había gastado en alguna golosina.

Como este pequeño, muchas personas se sienten o se han sentido motivadas a ahorrar parte de sus ingresos con el fin de satisfacer un gusto, atender una eventualidad o simplemente guardar dinero a largo plazo para comprarse una casa, un carro o realizar un viaje soñado.
Sea cual fuese la motivación, muchos coinciden en que el ahorro es progreso, ya que si esta disciplina o hábito se complementa con el trabajo concienzudo, más familias tendrían prosperidad económica e incluso se formarían nuevos ricos.

Para los japoneses, por ejemplo, el ahorro se ha convertido desde hace muchas décadas en una disciplina familiar, muy importante para el desarrollo y crecimiento. ¿Cómo así los japoneses con una edad promedio de 40 años son grandes empresarios, dueños de muchos negocios y propiedades? Pues solo a través del ahorro.
Y es que los ciudadanos japoneses entre los 18 y 20 años de edad pasan a formar parte de la población económicamente activa y desde el momento que comienzan a ganar dinero, ahorran entre el 10% y 20% de sus ingresos. Es un fondo intangible, pues no se toca, no se gasta ni se mira; es más, se da por hecho que no existe.

Así transcurren 20 o 25 años y recién entonces los japoneses recurren a sus ahorros, pero no para gastarlos en alguna vanidad de la vida. Con todos los intereses ganados, estos ahorros pasan a convertirse en un capital de trabajo y se invierten en un negocio previamente planificado que poco a poco comienza a generar jugosas rentas. Es a partir de estas ganancias que comienzan a llegar el carro, la casa y el viaje soñado.
A simple vista parece fácil, pero lo cierto es que detrás de todo este proceso existe mucha, mucha disciplina. Ahorrar no solo es saber guardar sino saber gastar.

Dejando de lado el ejemplo de los ciudadanos del país del sol naciente, está claro que el ahorro es sinónimo de prosperidad, aunque para algunos escépticos es mejor gastar y disfrutar el día a día, ya que mañana no se sabe si seguiremos “vivos”. Así como hay consumidores compulsivos o básicamente despilfarradores, también hay quienes no comen un plátano por no botar la cáscara.

Sin ir al extremo de las cosas, procuremos cultivar el hábito del ahorro evitando romper el “chanchito” que tenemos en casa o gastando más de lo debido en cosas vanas e insulsas. Un gran secreto es no comprar nada inútil con el pretexto de que es barato. Busquemos el equilibrio entre el desarrollo personal y la prosperidad económica a través del ahorro. El reto está en cada uno de nosotros.


sábado, 12 de julio de 2014

Saquemos la piedra del zapato

Por: Juan Carlos Calderón Pasco

Nuestra vida suele estar cargada de vivencias y un sinfín de recuerdos. También de cosas materiales que con el transcurrir del tiempo vamos acumulando sin encontrar una explicación.
Sin duda cada día que pasa nuestra carga física y emocional es mayor, y sin darnos cuenta llegamos a un momento en el que sentimos como si estuviésemos atados de manos y pies, sin poder liberarnos de una mala vibra o de todo el peso que llevamos encima.

Seguramente en más de una ocasión nos hemos sentido bloqueados, estancados, sin encontrar el camino que debemos seguir para sentirnos satisfechos con nosotros mismos; suele pasar. A veces también encontramos un techo, pues no podemos subir y estamos amarrados y aferrados a algo que hace imposible encontrar nuevos horizontes.

Definitivamente estamos llevando una carga más grande de la que humanamente podemos soportar, y esto se debe precisamente a que con el paso de los años hemos ido guardando cosas poco provechosas para nuestra vida, incluyendo las materiales.
Malos recuerdos y experiencias, odios y frustraciones se convierten en algo así como la piedra en el zapato que hace más ingrata nuestra corta existencia.

Es tiempo de detener nuestro andar para sacarnos el zapato y botar la piedra, por más pequeña que esta pueda parecer. Es momento de deshacernos de la pesada carga y liberarnos de aquello que nos trae congoja y decepción.
Dejemos fluir las cosas nuevas, y para ello hay que hacer el espacio adecuado sacando las cosas negativas. Si seguimos aferrados a cosas del pasado, las nuevas experiencias nunca llegarán; si seguimos guardando cosas vanas e insulsas que solo nos generan preocupación, entonces estamos desperdiciando importante energía mental que debería estar orientada a emprender nuevos proyectos.

Nuestra vida suele ser como nuestra habitación, pues si está desordenada o atiborrada nunca habrá espacio para crecer, todo lo contrario ocurrirá si literalmente botamos todo aquello que solo nos estorba.

Recuperemos las energías perdidas, las fuerzas que vanamente hemos entregado a procesos infructuosos, pues si no estamos completamente renovados y despejados no podremos disfrutar a plenitud aquellas sorpresas que nos da la vida.